Historia del turbo del coche

El turbo del coche y historia
Vale, vamos a hablar del turbo. Ese “bichito” que hace que un motor pequeño se sienta como si hubiera desayunado con ganas. Es una pieza increíble, con una historia curiosa y llena de momentos clave que han cambiado la manera en la que entendemos los motores.
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Una historia que empezó en el aire
Aunque hoy lo veamos como algo típico de los coches actuales, el turbo nació muy lejos del asfalto. De hecho, empezó en los cielos.
En 1905, un ingeniero suizo llamado Alfred Büchi tuvo una idea que, en aquella época, sonaba a magia: usar los gases de escape del propio motor para mover una turbina que comprimiera aire fresco y lo metiera en el motor con más fuerza. Más aire, más combustible, más potencia. Fácil de decir… pero en su momento era una locura técnica.
El problema es que aquel invento se enfrentó a temperaturas brutales y a velocidades de giro que eran casi ciencia ficción. Por eso, hasta los años 20 no empezó a verse en aplicaciones reales, sobre todo en motores diésel marinos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el turbo encontró por fin su sitio: los bombarderos B-17 lo usaban para no perder potencia en altura, cuando el aire empieza a flaquear. Sin turbo habrían sido aviones mucho más torpes, literalmente.
La llegada del turbo a los coches
Y entonces, poco a poco, la idea bajó del cielo al asfalto. En 1962, General Motors se animó con dos modelos revolucionarios: el Oldsmobile Jetfire Turbo Rocket y el Chevrolet Corvair Monza Spyder. De repente, un motor que daba 80 CV pasaba a ofrecer 150 CV. Para la época era como ponerle esteroides a un utilitario.
Eso sí… eran delicados. Muy delicados. Los primeros turbos daban dolores de cabeza, al punto de que muchos dueños preferían quitarlos y volver a motores atmosféricos. Eran rápidos, pero frágiles.
Y ya se sabe: si un coche falla más de la cuenta, el amor se acaba pronto.
Europa entra en escena
Europa llegó un poco más tarde, pero con más cabeza. BMW fue la primera en atreverse, en 1973, con el mítico 2002 Turbo. Solo con verlo ya sabías que no iba en broma. Era pequeño, ligero y empujaba como si llevara prisa todo el tiempo.
Pero fue Porsche quien cambió el juego en 1975 con su 911 Turbo. Ese coche… bueno, si lo has visto sabes de lo que hablo: pasos de rueda ensanchados, cola de ballena, 250 CV y una pinta de “agárrate que vienen curvas”. Fue el primer turbo que la gente empezó a ver como algo fiable y emocionante, no como una rareza.
Luego vinieron otros iconos:
• el Saab 99 Turbo en 1977, que demostró que un turbo podía ser práctico y duradero,
• el Renault RS01, primer F1 turbo, que dio comienzo a una nueva era,
• y el Mercedes 300 SD en 1978, el primer turismo turbodiésel.
A partir de ahí, el turbo ya no era una curiosidad: era una tendencia.
El salto tecnológico
Con el tiempo llegaron los turbos de geometría variable. Una maravilla. Aunque se habían inventado antes, no fue hasta finales de los 80 cuando empezaron a aparecer en coches de calle. Permitían que el turbo se adaptara según el régimen del motor, reduciendo el famoso retardo y dando una respuesta mucho más suave.
¿Cómo funciona el turbo?
El concepto es sencillo de contar, pero impresionante cuando lo ves en acción. Básicamente, aprovechamos algo que el motor iba a tirar a la basura: los gases de escape.
El ciclo del turbo explicado sin complicarte
Imagínate esto: los gases calientes, que salen disparados del motor, entran en una turbina que gira a una velocidad absurda (80.000 a 120.000 RPM… sí, has leído bien). Esa turbina mueve un compresor que mete aire en el motor a presión.
Más aire → más oxígeno → más combustible → más energía.
Y todo sin aumentar el tamaño del motor.
Para que esto no se descontrole, entra en juego la válvula wastegate, que básicamente evita que el turbo genere más presión de la necesaria.
Y como el aire comprimido se calienta un montón, se usa el intercooler, que lo enfría antes de que entre al motor. Aire frío = aire más denso = más potencia.
Ventajas del turbo: por qué ha revolucionado los motores
El turbo no solo sirve para “correr más”, aunque ese sea su atractivo inicial. Tiene ventajas muy potentes.
Más potencia sin hacer crecer el motor
Es como tener un motor grande… dentro de un motor pequeño. Un 1.0 turbo puede rendir como un 1.6 o incluso un 2.0 atmosférico. Es la magia del aire comprimido.
Eficiencia mejorada
A diferencia de los compresores mecánicos, el turbo usa energía que ya estaba ahí: los gases de escape. No roba potencia al motor para funcionar.
Menor consumo y menos emisiones
Como la combustión es más completa, se desperdicia menos combustible y el motor emite menos contaminantes. Esto ha sido clave para cumplir normas europeas cada vez más estrictas.
Mejor rendimiento en altura
Si has conducido en montaña con un motor atmosférico, notarás que se vuelve perezoso. Con turbo, ese problema casi desaparece.
Downsizing
Gracias al turbo, los fabricantes pueden usar motores más pequeños, más ligeros y con menos consumo sin sacrificar prestaciones.
Más par a bajas revoluciones
Esto es lo que notas cuando un coche “tira” fuerte desde abajo. En ciudad, un motor turbo se siente mucho más vivo y usable.
Desventajas: porque nada es perfecto
El turbo es genial, sí, pero también tiene sus sombras.
El temido turbo lag
Ese momento incómodo en el que pisas el acelerador… y el coche se toma un café antes de reaccionar. Los sistemas modernos lo reducen mucho, pero no lo han eliminado del todo en ciertos motores.
Más complejidad
Un motor turbo tiene más piezas: más posibles fallos, más mantenimiento, más cosas que vigilar.
Mucho calor
Los turbos trabajan a temperaturas altísimas. Por eso necesitan aceites de calidad, intercoolers eficientes y, a veces, componentes reforzados.
Exigen buena lubricación
Si descuidas los cambios de aceite, el turbo lo sufre antes que nadie. Y cuando un turbo muere… no es barato.
Riesgos de sobrecalentamiento
Apagar el motor justo después de exigirle mucho es mala idea. El turbo puede “cocinarse” internamente. También los motores reprogramados pueden forzar al turbo más allá de lo que fue diseñado.
Mirando hacia el futuro: lo que viene
La industria ha evolucionado mucho, y ahora el turbo se encuentra en una nueva etapa.
Turbos de geometría variable
Son capaces de ajustar sus álabes para reducir el retardo y ofrecer más control del flujo de gases. Es como si el turbo “pensara” cómo darte la mejor respuesta en cada momento.
Turbos eléctricos e híbridos
Quizá lo más emocionante. Marcas como BorgWarner o Garrett ya tienen turbos eléctricos que ofrecen respuestas casi instantáneas. Nada de lag. Además, algunos pueden generar electricidad aprovechando la energía sobrante de los gases de escape.
Integración con el downsizing moderno
Con inyección directa, electrónica avanzada y sistemas híbridos, el turbo vive su mejor momento. No solo hace al motor más potente, sino más eficiente y más ecológico.
Conclusión
El turbocompresor no es simplemente un “extra” para que un coche corra más. Es una de las tecnologías más importantes de la historia del automóvil. Ha pasado de ser un invento experimental a principios del siglo XX a convertirse en el corazón de millones de motores modernos.
Ha permitido más potencia, menos consumo, menos emisiones y motores más pequeños pero más capaces. Y aunque todavía tiene retos —como el turbo lag o la complejidad—, la industria sigue innovando con turbos de geometría variable, sistemas eléctricos y soluciones híbridas.
En un mundo que empuja hacia la eficiencia y la descarbonización, el turbo no parece tener intención de retirarse. Al contrario: está listo para vivir una segunda juventud.













